Cuando termino de hacer mis compras y me espera una gran cola hasta llegar a la caja, siempre me da por pensar. Esa mañana pensaba que la vida estaba llena de colas, una cola para el banco, otra para el paro, otra para la compra, otra para el médico, otra para echar una carta, otra para pagar la luz, el agua, en fin, para cualquier cosa debíamos hacer una y esperar. Por fin llega mi turno, la cajera pasa mis productos uno a uno y los escanea automáticamente, creo que no habrá problema, nunca he dudado, pero hoy me preocupa que algo salga mal. Oigo los pitidos de los productos, pi… pi.. Un producto no pasa. Ay, que pellizco siento en el estómago! Noooo!!! Ha cogido la cajita y ha levantado la mano, ha buscado a una compañera con la mirada, y encima grita. Yo me tapo las orejas con ambas manos.
-María, ¿dime qué precio tienen los condones de sabores?
- ¿De qué sabor?
- Pues no sé, en la caja pone sabores tropicales.
Mientras ocurre todo esto, yo voy metiendo mis productos en las bolsas, siento un calor extraño en mi nuca, sé que son de todas las miradas sobre mí, y por eso no quiero levantar mi cabeza. Pero levanto la mirada al oír la voz de mi suegra en mi espalda, olvidé que hoy hacía su compra semanal.
-¿Y eso?- Yo intento disimular, pero ella vuelve a insistir.
-¿Para qué quieres eso?
-Ah, ¿esto? – pues… (Debería decirle qué es para unasuper clase de educación sexual pero me contengo) Es… para una amiga que se casa dentro de un mes y queremos gastarle una broma.
Mi suegra me mira incrédula.
-Pues, si quieres gastarle una broma…- me dice la chica que va detrás de mí en la cola- deberías regalarle condones fluorescentes, en la oscuridad brillan tanto que podría confundirse con una espada de ‘La guerra de las galaxias’.
Quise contestarle a la chica que eso sería en el tamaño extra-largo, pero viendo la cara de mi suegra, decidí salir sin decir nada.



