La casa se elevaba desde el suelo en líneas sinuosas y deformes hacia arriba, lo que otorgaba a la
construcción una perspectiva fantasmal, sacada sin duda de
material onírico, y forjada de cuentos
de hadas y castillos encantados. Las ventanas
colgaban amenazadoras a través del brillo de los cristales, y las curvas
descendían hacia abajo, donde varias
bocas se mostraban como puertas abiertas a la entrada.
Cada uno de los inquilinos e inquilinas de aquella
mansión habían llegado allí a través de un sueño que reconocieron
enseguida, nada más verla.
El primero en llegar a la casa fue Gerardo; profesor de
filosofía, hombre de fuerte carácter y claras convicciones que, a sus 60
años tras quedarse viudo desde hacía
cuatro y con sus hijos independizados, encontró en el patio el lugar idóneo
para cuidar y cultivar, sus flores y plantas.
En los áticos A y B se instalaron Julio y Natalia. Él,
escritor y periodista que en la quietud de la noche, bucea en el misterio de su
primera novela junto al encargo de algunos artículos periodísticos. Ella,
actriz principal de la obra ‘La dama Boba’ con gran repercusión y éxito años
atrás, espera un papel que la catapulte de
nuevo a la fama. Mientras esto ocurre, sirve copas en un local regentado por el
mundillo artístico y cultural.
En la vivienda A de la primera planta, se instaló Miguel - un
señor de mediana edad, que ejercía de Psiquiatra en un hospital- junto a su madre, Doña Leonor de setenta y cinco años. Ambos
mantenían una relación materno-filial bastante correcta y tolerante entre
ellos. En la vivienda B, se trasladó
Candy, una importante restauradora de cincuenta y cinco años que acaba
de divorciarse de su marido, un capullo
de las finanzas que se lió con una mujer treinta años más joven.
A pesar de los meses viviendo en el edificio, los inquilinos
mantuvieron las distancias unos con
otros hasta el día que recibieron la carta del ayuntamiento anunciando la poda del árbol situado cerca de la entrada principal. En la
misiva incluía el mes, el día y la hora del sacrificio. Después de recibir la
noticia, Gerardo estuvo todo el día
nervioso, yendo de un sitio a otro cabizbajo, pensando en cómo impedir
semejante sacrilegio. Y en ese ir y venir, decidió convocar en su patio a los
vecinos y vecinas para la tarde del día siguiente e intentar solucionar el
grave problema que suponía eliminar el árbol en plena primavera.
La tarde de la reunión, una vez que se presentaron todos los
inquilinos e inquilinas emplearon unos
minutos de charla informal, y a continuación el profesor de filosofía abordó
el asunto de la poda de una manera directa manifestándose en desacuerdo con la
notificación del ayuntamiento. La vecina del 1º B, defendió con vehemencia la extinción del arbusto y enumeró todos los inconvenientes de tener un árbol a la entrada; por la poca
visibilidad del edificio, y por las dificultades de tener las ramas tan cerca de las ventanas, con el peligro
de ser invadidos por animales, insectos e incluso personas. Natalia a
pesar de estar a favor de Gerardo manifestó en todo momento su acuerdo con
Candy, sobre todo por interés profesional. En cambio, Julio y Miguel se
posicionaron a favor de la restauradora, e incluso defendieron con argumentos
la decisión de cortarlo de raíz.
Gerardo utilizó toda
su filosofía, incluyendo la razón y por eso,
quiso ser pragmático y, dio una lección didáctica sobre la vida que
contiene un árbol como ser vivo,
purificador del aire y de la atmósfera. Pero todo análisis era rebatido
por la restauradora y, apoyado por el
resto de vecinos. Gerardo pensó que
estaban sentenciando al árbol a la
pena de muerte, con el único agravante
de expandirse frente a la casa.
A punto de proceder a las votaciones, llamaron a la puerta y
el profesor acudió a la entrada. Al rato, apareció Doña Leonor, madre de Miguel, junto a
dos individuos desconocidos. La señora se excusó por interrumpir la reunión,
miró a su hijo de soslayo y presentó a los dos hombres que vinieron con ella. El más espigado con el pelo pajizo dijo llamarse Aníbal, el otro señor se le conoció con el nombre de
Pedro. Este último comenzó a explicar
los diferentes motivos por los cuales no se podía cortar el árbol, entre ellos
había uno muy importante que pudo leerse
en un recorte de periódico algo amarillento que mostró a todos los allí
reunidos. Enseguida reconocieron a la escritora Agatha Christie muchos años
atrás plantando un arbolito; el mismo arbolito que ahora se erigía esbelto
extendiendo sus ramas repletas de hojas y flores. Aníbal tomó la palabra y continuó diciendo que harían una campaña en contra de la poda incluyendo ruedas de prensa y actos
mediáticos para conseguir la amnistía del árbol. Doña Leonor alzó la voz,
e hizo un apunte literario explicando a los inquilinos que dicha autora escribió una novela de misterio ambientada en una casa con las características de
aquella mansión donde todos residían.
Continuó diciendo que, el arquitecto del edificio desde siempre quiso construir una casa con
esas características, y buscando entre los archivos de la escritora encontró el
árbol. Esto dio lugar a un murmullo generalizado y hubo que poner orden como en
las escuelas cuando cada alumno quiere opinar sobre la misma cuestión. El
profesor llamó al silencio y, el volumen de las discusiones fue bajando
poco a poco hasta no oírse nada. Fue entonces cuando manifestó su decisión de apoyar la iniciativa
de aquellas personas. El árbol no se cortaba.