jueves, 18 de noviembre de 2010

El paso elevado de niña a mujer

¿Quién no se acuerda de aquel famoso capítulo de Verano Azul en el cual Bea era mujer? Pues cuando se programaba esta serie yo llevaba poco tiempo siendo una ‘mujer’. Para mí hubo un antes y un después. Antes de que mi biología llamara a la puerta mi vida era prácticamente casi igual que la de mis hermanos, digo casi, porque mi padre siempre me recordaba que era una chica por todas las muñecas que me traía cuando yo pedía libros de cuentos. O mis abuelas queriéndome enseñar a ser una ‘mujer hacendosa’ en la costura, bordado, ganchillo, etc. Con mis hermanos era una igual, no era la típica niña que lloriqueaba por tonterías, al contrario si había alguien que pegaba a algunos de mis hermanos yo me remangaba para pegarles también. Compartí todos los juegos de chicos, por tanto me llevaba muy bien con ellos. Si un día me enfadaba con alguno ya fuera mi hermano o un amigo, al rato venían para seguir con otro juego sin rencores. En cambio los enfados con las chicas duraban días y no entendía muy bien por qué se enfadaban, bueno, tampoco me importaba mucho.

Un día, un chico mayor les dijo a mis hermanos que iba a cazar pájaros y yo les acompañé. Los cazaban formando una trampa con redes en forma de triángulo y con una cuerda que llegaba hasta ellos cuando el pajarillo se posaba a comer el trocito de pan tiraban del hilo y el pájaro caía en la red. Luego los vendía en jaulas.

Otros días iba de pesca con mi padre y mis hermanos, algunos días me llevaron de cacería, donde se cazaba principalmente conejos. Mi hermano cazó uno y no pude resistir el sufrimiento del animal hasta morir. Nunca me gustó la cacería, aunque aprendí a disparar una escopeta de dos cañones y tirábamos al blanco en latas de cervezas y coca-cola. La fuerza del primer disparo me sentó de lleno sobre mis posaderas y sentí un resquemor en el hombro. También aprendí a fabricar cartuchos de perdigones para la escopeta; dosificábamos la pólvora, elegíamos el tamaño de las postas, poníamos los pistones, etc. Luego aprendí a tirar con escopetas de perdigones y comprábamos dianas de cartón y tirábamos al blanco en el campo. En las ferias me lo pasaba muy bien tirando a los palillos para conseguir algún regalo.

Algunas tardes nos íbamos al puerto y les ayudábamos a los marineros a descargar sus barcos de boquerones y a cambio nos regalaban media caja que vendíamos entre los vecinos para sacarnos algún dinerillo o simplemente lo regalábamos, y siempre, dejábamos algo de pescado también para la familia.

Una tarde mi padre apareció con una bicicleta y dijo que era para todos, incluida yo. El caso es que cuando aprendía a manejarla, de un día para otro me convertí en una mujer y mi padre dijo que era mejor para mí que no aprendiera, nunca llegué a entenderlo. Pero desde aquella prohibición vinieron otras muchas, que limitaron mi campo de acción. Mi padre se ocupó de enseñarme cual era el papel de una mujer en la sociedad y se quedó tan reducido mi espacio que comencé a protestar, algo impropio de una mujer, porque según decía, la mujer debe obedecer al hombre, ya sea este padre, hermano o marido. Al fin, mi padre era un hombre y sabía mucho de los hombres y de la sociedad en la que vivía, por tanto, debía enseñarme todo aquello que una mujer no podía y no debía hacer. A partir de ese momento comenzó mi construcción de mujer a sus ojos, algo que no le salía del todo bien porque yo me resistía y trató de corregir como se corregían por entonces aquellas cosas.

sábado, 13 de noviembre de 2010

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El robo de los membrillos.



Foto sacada del blog de Miguel Angel

(Este relato partió de unas fotos de árboles membrilleros que Miguel Angel expuso en su blog y tuve un recuerdo que le conté a groso modo sobre los membrillos en un comentario y él me invitó a que lo ampliara, y aquí está.)

La primera vez que vi un membrillero fue en aquel patio de un restaurante al aire libre en Coín. Mis abuelos tenían la costumbre de ir a comer todos los fines de semana con sus amigos a cualquier restaurante, y como yo estaba de visita en Málaga me llevaron con ellos. Yo tenía 14 años, un montón de granos en la cara y estaba tan seca como el palo de una escoba, eso decía Carmen, la amiga de mi abuela que desde el primer día me recordó a Lola Flores por su desparpajo al hablar. Su marido, Pedro, se estuvo riendo de mí un rato con mi abuelo.

- - Y ésta es tu nieta la ‘lagañosa’* ¿no? – y mi abuelo asentía con la cabeza, y a la vez sonreía.

Yo desconocía aquel adjetivo y comencé a preguntar. Aquello dio pie a una serie de bromas que no entendí pero que me enfadaron causando aún más divertimento entre ambos.

Cuando llegamos al restaurante, Carmen comenzó a decir lo bonito que estaba el árbol con tantos membrillos. Nos sentamos en una mesa cercana al árbol. Desde allí se podía ver a un hombre que pintaba en un lienzo los membrillos, yo me acerqué y estuve observándole bastante rato, totalmente abstraída de lo que ocurría alrededor.

Después de comer mi abuela me llamó a solas y me dijo que dijera lo que me dijera Carmen no le hiciera ningún caso. No entendí muy bien su preocupación pero al rato supe de que trataba la advertencia de mi abuela. Carmen me cogió de la mano y me condujo al baño de señoras, insistió en que robara unos cuantos membrillos. Yo me negué.

-Mi arma, si zolo zon unos cuantos membrillo. Tú eré una niña y no te van a decí ná. Y zi dicen argo, yo le digo que zon cozitas de niños.

Yo seguía negándome, pero ella no paraba de hablarme y de azuzarme hasta que me animé y me acerqué al árbol, miré en dirección al pintor y éste se había ido, dejando el lienzo en el mismo lugar en el cual pintaba, miré de un lado a otro para ver si alguien me veía, y como observe que no, robé algunos membrillos, corrí hacia el baño de señoras y Carmen los metió en su bolso. Yo noté unas cosquillas en el estómago que se fue haciendo saliva de miedo en mi boca. Y aquella señora seguía animándome, y yo seguía robando membrillos, hasta que el bolso se llenó.

Al terminar todos de beberse el café, vi como Carmen metió la taza vacía con el platito en su bolso. Yo no dejaba de asombrarme con aquella mujer. Luego Pedro convidó a mis abuelos a una copita de licor en su casa y allí nos fuimos. Nada más llegar, la señora sacó todo el botín de membrillos delante de mi abuela, los puso encima de la mesa y me ofreció uno.

-Toma ezte eh pa´ti , te lo haz ganao.

Extendí mi mano y me sentí como Oliver Twist tomando su parte del saqueo al árbol membrillero. Mi abuela meneó su cabeza con un gesto de que no aprobaba mi aventura pero no me dijo nada.

Mi sorpresa fue todavía mayor cuando al abrir el armarito donde guardaba la vajilla y los vasos, tenía platos de todos los colores y formas, con nombres de los distintos bares, cafeterías y restaurantes por los que habían ido.

- - Zon recuerdos que me traigo a casa. – dijo mientras fregaba la taza y el plato que había robado del restaurante.

Yo miré el membrillo que me había adjudicado y pensé quitarme el sabor del miedo que aún tenía y le di un mordisco al membrillo… aquello me dejó un recuerdo áspero y amargo que no pude dejar en aquel armarito cargado de souvenirs caseros y lo escupí de mi boca tratando de borrar aquel recuerdo sin conseguirlo del todo.

*Lagañoso/a o legañoso/a: adjetivo antiguo utilizado para designar a los que procedían de Almería, desconozco el motivo.



domingo, 7 de noviembre de 2010

Mis premios para los/as concursantes de la 6ª Edición de Paradela

Quiero compartir mi premio con todos y todas las concursantes de la 6ª Edición del concurso Pradela de Coles : Ibso, Raticulina, Aro, Anna, Anusky, Emejota, Noche, Nina, José Vte, Felicitat, Mamé, Dilaida y como no, a Mª Jesús por convocarnos. Creo que hemos ganado todos y todas.

Para eso he seleccionado algunos videos que os dedico:












BESOS Y HASTA LA PRÓXIMA...

miércoles, 3 de noviembre de 2010

VI EDICIÓN CONCURSO PARADELA - ESE ILUMINADO OBJETO DE DESEO


Sólo fue la luz rozándome las rodillas y recordé la lluvia sobre mi cuerpo que al contacto con mi ropa se hizo cálida, noté la humedad de Galicia rodando por mi piel, deslizándose como lágrimas entre mis muslos. Aquella luz era como una mano que se posaba casi sin peso por mis piernas y la sentía como una caricia poderosa que recorría mi espalda hasta llegar a mi nuca. ¡Qué maravilla! Poder sentir mis pechos como flores abiertas y recoger las gotas entre pétalos y frutas.

(A nadie le contó como descubrió el placer en sus rodillas, a nadie le dijo cómo una noche de verano mientras llovía, salió a caminar en la oscuridad, casi desnuda, calzada en las mismas botas anaranjadas para no hacerse daño con las piedras del camino. Se detuvo en aquel árbol centenario de inmensas y amplias ramas y se dejó mojar bajo la lluvia, y bebió de sus labios el agua que caía del cielo. Abrió sus brazos igual que un pájaro que quiere echarse a volar y comenzó a dar vueltas. Ya cansada, se detuvo al ver una luz que se desplazaba hacia ella. Aquella luz se prendió en sus rodillas y después de un rato notó el calor que subió como un hormigueo piernas arriba, como la savia en una planta que echa raíces y asciende hasta todas las ramas para luego convertirse en tierra dulce, en barro que se puede tocar. Y fue así, que a esa extraña luz le salieron manos que la tocaron antes de diluirse con todos los elementos de su propia naturaleza. Sintió el amor de la lluvia, de la tierra, de la luna oculta, de la noche, de la insólita luz cabalgando invisible hasta llegar aquel rubor de sus mejillas que la hicieron sentirse más viva que nunca.)

Luego estaba mi bolso azul, donde guardaba mis deseos. Introduje la mano en él para guardar el último que provocó este resplandor sobre mis rotulas y sin que nadie se diera cuenta lo coloqué a la altura de ellas para frenar ese calorcito que comenzaba a sentir entre los muslos. En ese instante alguien desconocido me hizo esta insólita foto y me la regaló, con el presentimiento de que adivinó mi estado. Debía de quedarme a ver la exposición de artesanía Gallega, se lo prometí a María Jesús, pero después de aquello, me sentía tan azorada que sólo tenía ganas de llegar a mi casa y desnudarme, abrir mi bolso con todos los deseos que llevaba dentro y de ningún modo apagar la luz, cerrar mi puerta y sentir el placer en toda mi intimidad.