domingo, 31 de octubre de 2010

Centenario, octavas y espíritus.






A principios de diciembre mi abuelo materno hubiera cumplido 100 años de su nacimiento, al igual que Miguel Hernández. Pero mi abuelo no era poeta, era un hombre simple y corriente que luchó en una guerra que le dejó marcada una herida en la mano izquierda. También visitó la cárcel y en una ocasión estuvo a punto de morir en una de esas incursiones que los fascistas hacían a las cárceles para fusilar a cuanto prisionero llevara en su lista negra.

Mi abuelo nos contaba miles de anécdotas sobre su lucha. En una de ellas ,alguien o algún chivato informó sobre la existencia de una bandera republicana en casa de su madre mientras mi abuelo estaba en el frente. Revolvieron toda la casa, sacaron muebles y ropa a la calle, y cuando por fin encontraron la bandera en el fondo de un baúl, le dieron una caja de cerillas a su madre y le ordenaron que quemara la bandera en medio de la calle para dar ejemplo. Ésta era una de sus muchas historias que nos contaba. Yo crecí con esos recuerdos que no eran míos, vivía los momentos que él vivió, estuve en esas cárceles infectadas de piojos a través de su memoria, y en su memoria vivía la mía, y en mi memoria todavía vive él. Por eso la primera vez que leí a Miguel Hernández y me adentré en su vida, reconocí ciertos aspectos humanos que compartieron, sobre todo la lucha que tuvieron que enfrentar. Ese día subí a casa de mi abuelo y le conté que había descubierto en el instituto, en la clase de lengua a un poeta nacido en el mismo año que él, un poeta que murió en la cárcel por enfermedad.

- En la cárcel se puede incluso morir de pena. –comentó mi abuelo.

Afortunadamente mi abuelo salió de la carcel alrededor de esa edad en la que el poeta murió.






Celebramos el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, sobre todo en su faceta de poeta y yo quiero recordarlo como persona, como referente de unos ideales. Quiero recordarlo como lo recordaba Pablo Neruda en sus memorias ‘Confieso que he vivido’:

“ El recuerdo de Miguel Hernández no puede escapárseme de las raíces del corazón.

… Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y de tierra. Sus ojos quemantes, ardiendo dentro de esa superficie quemada y endurecida al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura”

Y quiero recordarlo así, porque cuando una persona se convierte en mito, siempre hay alguien que quiere desmitificarlo. En los últimos días he leído los homenajes que se le han hecho a Miguel Hernández, la mayoría decían que era el poeta del pueblo, pero había otros comentarios maliciosos sobre la supuesta ideología, su humanidad, sobre su matrimonio y sobre su persona. Mientras leía este tipo de lecturas, pensaba que estos escritores trataban de desentrañar el ADN literario de este poeta y que no le perdonaban que tuviera un lugar entre los poetas por su procedencia humilde. Casi todas estas críticas iban dirigidas a su primer libro ‘Perito en Lunas’ elaborado en el formato de octava real, un formato que según dicen necesita mucha precisión en la composición de los versos y que un cabrero que presumía de modestia no podía presentar un libro con unos poemas tan elaborados y pulidos. Pues bien, los comentarios iban encaminados a desacreditar la imagen de origen humilde y modesto. Pienso que este tipo de personas que quieren hundir al mito, no le perdonan que pudiera labrarse un futuro como poeta y que tuviera la relevancia que tuvo y que al día de hoy tiene. Miguel Hernández tenía que demostrar que a pesar de su procedencia aspiraba a ser un escritor, como así fue. El ambiente literario tiene unos criterios medidos al milímetro, tal vez con esas mismas medidas que se utilizan en los poemas y por tanto limitado a un grupo selecto de escritores que se ciñen a esas normas, en la que para entrar hacía falta demostrar que pertenecía a ese mundo de la palabra escrita y Miguel Hernández lo demostró con creces.





También se marchó hace unos días Marcelino Camacho, otro referente de la lucha obrera. Tuve oportunidad de conocerlo hace ya muchos años en una fiesta del Partido Comunista; mi marido y yo ojeábamos entre los estantes de libros que se exponían en varias calles y en uno de ellos estaba él y su compañera Josefina. Miguel Hernández también tuvo otra Josefina que le acompañó entre nanas de cebolla.

Recuerdo que compramos un libro y él se ofreció a firmármelo, a lo cual yo accedí muy contenta y orgullosa, así tuve la oportunidad de hablar con él un ratito y con su mujer también. Me parecieron unas personas encantadoras, a Marcelino le envolvía esa imagen de hombre bonachón que sin parar de hablar recordaba sus luchas y mostraba su incipiente pesimismo sobre el sindicato y la política. Josefina le miraba todo el rato si dejar de sonreír, me parecieron tan familiares que estuve pensando en la reencarnación y en otra posible vida en la que nos conocimos, pero lo descarté en seguida, el afecto cuando llega siempre busca lazos en los que sostenerse.


Y se celebra el día de Todos los Santos, o en las raíces celtas el Festival de SAMHAIN, en este día especial se suprimen temporalmente los límites entre lo natural y sobrenatural, y donde los espíritus vagan libremente fuera de su Sídh (montículo mágico). Hoy no existe el tiempo, ni existen límites, por eso he abierto una ventana y he puesto velas en mi casa como lo hacia mi abuela, para que iluminen el camino de todos los espíritus. Además las acompaño con dos octavas de Miguel Hernández:

Octava XV – Camino

Por donde quiso el pie fue esta blancura,

no por ingeniería, en evasiva;

cuya copa de lana dulce, apura

la que con su pezuña más la activa.

Serpentina por eso está; segura

en la sombra, presente a fuerza viva,

sabiendo su desagüe y su remanso

por los que suenan faros sin descanso.

Octava XXXVI – Funerario y cementerio


Final modisto de cristal y pino;

a la medida de una rosa misma

hazme de aquél un traje, que en un prisma,

¿no?, se ahogue, no, en un diamante fino.

Patio de vecindad menos vecino,

del que al fin pesa más y más se abisma,

abre otro túnel más bajo tus flores

para hacer subterráneos mis amores.

(Las fotos están sacadas de Internet)

jueves, 28 de octubre de 2010

A final de mes...


Y a final de mes, los restos de la nevera y los estantes mudos, sólo una mirada vacía en el lugar de la leche, una huella reseca
de  preguntas.

Encima de la mesa facturas que hacen cola para bailar con algún billete cojo y los números esperan en el interior
de una hucha.

El trabajo es una hoja aplastada que alguien ha lanzado a la papelera porque no tiene nombre, ni hambre, ni voz,
ni dudas.

Sólo unas manos que nacen de la tierra y crecen sin ramas, hojas baldías que sin abrigo mueren en la intemperie,
juntas.

Y así, la vida resulta un escaparate frío de pobres que se asoman con las ganas prestadas y la voluntad de saldo impuestas, e injustas