martes, 30 de octubre de 2012

El revés de la vida




Es preciosa esa foto —dijo Sara. Su abuela no respondió y comenzó a amontonar las fotografías con cierta prisa para volver a guardarlas en lo que fue una caja de bombones tan vieja como las imágenes en papel descoloridas por el tiempo, de un color gris que se empeñaba en tornarse pálido, igual a los recuerdos cuando permanecen estáticos. Sara había visto la foto otras veces, escondida entre imágenes familiares, pero su abuela nunca quiso hablar de ella, siempre daba vagas explicaciones y recogía las imágenes con el mismo nerviosismo. Esta vez la pequeña se precipitó sobre la estampa y la atrapó con una mano, echando a correr con ella por el pasillo camino de su habitación al tiempo que oía a su abuela detrás vociferando improperios. La madre de Sara, al oír el alboroto, salió de la cocina para poner orden entre ambas.
—Mamá, yo quiero esa foto. —Suplicó la niña delante de su abuela.
La madre respiró profundamente, miró de soslayo a la abuela y le dedicó una fría mirada a la hija.
—¿Por qué quieres esa imagen?
—Porque… ¿Por qué ella nunca me habla de esa foto?
La abuela las observó y con un gesto de indiferencia se marchó. La madre intuyó cual era la fotografía de la discordia y se acercó a su hija.
—¿Por qué esa y no otra, hija mía?
—Porque es perfecta.
—Menos mal que todavía existe la ingenuidad infantil. —Murmuró.— Esa foto —continuó en voz alta— que te parece tan especial no es más que una puesta en escena. La cara de felicidad de la abuela era auténtica. Aquel día fue verdaderamente excepcional para ella. Mi padre le prometió un hermoso día y cumplió su palabra, y ella quiso inmortalizar el momento. Al día siguiente, él, nos abandonó por otra mujer.

Nota: Este relato se hizo en nuestro taller Café de Palabras. Se comenzaba con el pie forzado  de la primera frase y ha sido corregido  por mi amigo Pedro. Aquí está el resultado.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Este Jueves un relato: COLORES




EL REFLEJO DE LOS DÍAS

El Lunes 
amaneció amarillo con puntillitas blancas como los huevos fritos servidos en un plato
El Martes   
se vistió de azul y sin tacones  para guardar cola en  la tienda de  de los sueños
El Miércoles 
ató el futuro a un pañuelo verde que encontró en el  bosque  cautivo
El Jueves 
se dedicó a garabatear  burbujas naranjas que  flotaban en  la mirada
El Viernes 
paseó cómplice  una sonrisa   marrón por calles anónimas
El Sábado 
 pintó de rojo la  escalera que llevaba al ático de las emociones
El Domingo 
desayunó besos   en una bandeja violeta llena de lisonjas
 Y el Lunes 
 volvió a ser amarillo con margaritas en el pelo.



Más colorines en casa de Lois y Clark


jueves, 11 de octubre de 2012

ESTE JUEVES UN RELATO: El teléfono



EN EL MARCO DE ESPERA
Desde su ventana, la misma que observa a la hora de las comidas,  como en un cuadro que sólo ella ha comprado , ve las estaciones pasar en ese árbol al que le crecen las ramas para poder  tocarla, porque ella vive  mirando hacia afuera.  Y  a través del cristal  sueña con ser un pajarillo y no una mujer discapacitada,  hundida en una silla de ruedas.  A ratos, vuela entre los ramales  y escapa por ese marco de luz lejos de la residencia, y sueña, porque en realidad toda su vida se ha sentido como  un caracol que arrastra una roca, y en sus pensamientos gira la noria de sus años allí metida. Nadie la visita desde hace tiempo,  y deambula por los pasillos  recordando a la familia.  Entonces, viaja hasta el otro lugar que ha adquirido sin remisión y a fuerza de constancia,   se coloca frente al teléfono esperando que su madre la llame, como si aquel cable rizado fuera una extensión del cordón umbilical. 

Más llamadas teléfonicas en la cabina de María José


miércoles, 3 de octubre de 2012

En Café de Palabras: Fuera de Juego


Fotografia: E.Fernández

TARJETA ROJA

Miró sus palmas abiertas como viejas amigas que habían vivido para contar su propia historia. Y al mirarlas otra vez pensó que todo en ellas era pasado y bajó la mirada con resignación. Debía salir hacia la oficina de empleo y se asomó a la ventana. Llovía. Llovía tanto que se mojó la cara y el pelo y sonrió. Buscó un paraguas y sólo encontró el de su hijo con motivos infantiles. No se sorprendió al ver sus enormes dedos sujetos al puño y parte de la pestaña de la sombrilla y sintió que tenía un juguete entre sus manos. Observó a muchas personas sin resguardo de la lluvia que corrían empapadas buscando algún refugio por un rato. Una mujer le regaló una sonrisa y la guardo en el bolsillo de su jersey que sintió tibia en su pecho y atemperó el trayecto que todavía le quedaba. Advirtió la humedad sobre su cuerpo por el agua que salpicaba desde las varillas hasta su ropa y recordó en ese momento que pronto acabaría el subsidio familiar. Y notó un escalofrío en su espalda que se le quedó como una culpa en la conciencia. Oyó la algarabía de unos niños jugando al fútbol en una plazoleta, a ellos no les importaba mojarse. Fuera de juego, gritaban unos contra otros. Un chico visiblemente enfadado le dio una patada a la pelota que le alcanzó el hombro dejando una enorme huella de barro sobre su indumentaria. Un tanto molesto intentó limpiarse la mancha con la mano que le quedaba libre y así llegar presentable a su destino, después al agacharse para recoger el balón percibió su extremidad superior como una garra que sujetaba aquella bola de goma que botaba sin control. Dudó en devolverla a aquellos mocosos, pero se apiadó de ellos porque recordó a su hijo y continuó su rumbo.
Cuando llegó a la oficina se colocó en larga cola de setas con hombres y mujeres, todos igual de encogidos y mojados que él, todos del mismo color gris que las nubes. Se adentró en la sala esquivando los pequeños charcos que había en el suelo y se sentó a esperar. Al escuchar su nombre avanzó unos pasos entre la gente hasta llegar a la mesa indicada. La funcionaria observó sus ropas y sin darle importancia le invitó a sentarse. Después de solicitar un empleo como tanta veces, acabó por pedir una nueva prórroga de ayuda a la familia, que también le fue negada. Cabizbajo y triste se levantó de la silla y se dirigió a la funcionaria:

-Acaba usted de presentarle tarjeta roja a toda mi vida. –le dijo apenado. Antes de salir buscó su paraguas y no lo encontró.

1 de Octubre de 2012