Todavía no he podido dar las gracias a los jueveros y jueveras por la buena acogida que tuvieron conmigo, por eso, ahora que estoy a tiempo, desde aquí quiero daros las gracias por vuestra compañía y vuestra amistad.
Esta semana he andado algo dispersa, tanto es así que pensé que debía escribir algo sobre la casa de mi agüela, y ya que casi lo tenía teminado me di cuenta que el tema era otro bien diferente y he tenido que improvisar, recordé una historia que me sucedió hace ya muchos años.
1.
-Éste es el dormitorio principal. Aquí el cuarto de baño. Éste es el salón comedor. - Nos iba diciendo Javier, el chico de la inmobiliaria, mientras abría las puertas de las diferentes habitaciones.
- Huele a humo .- dije
-Yo no huelo a humo- comentó Javier - Como lleva muchos meses cerrada, el olor que se percibe sea por falta de ventilación.
-Yo tampoco huelo a humo- dijo mi marido.
-¿De verdad que no lo percibís?
El olor seguía allí, en el salón, el único lugar de la casa que despedía ese tufillo, pero no quise insistir y continuamos el recorrido de todas las habitaciones.
2.
El primer día que dormimos en casa después de la mudanza, el cansancio me venció de tal forma que al despertar el día, yo continuaba en la cama, y soñé que me veía a mí misma dormida, luego, miré alrededor del cuarto y vi una sombra oscura agazapada en la pared cerca de la puerta que me miraba como dormía. Y llegó el olor penetrante del humo que invadió el dormitorio. Aquella parte de mí que estaba fuera, y podía ver y verme, rogaba a la sombra oculta que por favor no me hiciera daño, lo repetí muchas veces hasta que la mujer que estaba dormida, que era mi otra parte sintió el miedo entre los sueños y se agitó. No sé si oyó mis súplicas pero la sombra que traía el olor a humo se marchó por el pasillo y fue cuando me desperté.
3.
A la semana siguiente, mi vecina del rellano llamó a mi puerta y me ofreció un buen plato de cerezas que acepté con alegría.
- Las cerezas son de mi cuñado que ayer estuvimos ayudándole y nos trajimos una buena caja. -me espetó al darme el plato.
-Ummm, las cerezas me encantan podría comerme kilos y kilos.
-¿Qué tal te va?- preguntó
- Pues me va muy bien, todavía tengo cosillas que poner en orden, pero en general ...
- Sí, la casa hubo que reformarla - me interrumpió- la gente que te la vendió no les quedó más remedio que hacerle algunas mejoras y pintarla. Aquí vivió un hombre que no estaba muy bien de la cabeza, sabes, tiraba la basura por la ventana, o la echaba por el wáter. Por las noches podíamos oírlo con un martillo levantar los azulejos del baño, las losas del suelo, picaba las paredes... En fin, estaba loco. El hombre para quitarse el frío hacía fuego con alguna silla que rompía y se calentaba como si estuviese en el campo. Como no lo vimos, ni lo oímos en unos días, llamamos a la policía y forzaron la puerta. Al abrir, lo encontraron con las ropas quemadas y se quejaba con un hilito de voz.