De pequeña nunca me gustó la Navidad, entre otras cosas porque en las películas navideñas siempre había nieve, y donde yo vivía nunca nevaba, otro motivo era la obligación de estar juntos, la obligación de querernos, la obligación de ser felices, la obligación de comer y beber como si fuese el último día de nuestra vida. Pero después de la navidad vendrían los reyes magos, unos hombres de oriente que se pasaban los meses viajando para compensarme mi bondad y mi buen hacer, uno hombres que nunca me trajeron los libros que pedía y que a cambio me dejaban cada año una muñeca, que siempre acababa peinando. Ellos también dejaron de existir cuando tenía 7 años, y desde entonces comencé a dudar de todo lo que me contaban los mayores, eso sí, me gustaban los cuentos porque me hacían soñar, en los cuentos cabía la imaginación.
Con el tiempo la Navidad pasó a ser esa fecha que cada año se recuerda cómo esos días internacionales; día de la no violencia, día de los enamorados, día del padre, día de la madre, etc., pero con mayor transcendencia, colorido y muchas más luces. Y veo que todo a mi alrededor debe ser maravilloso, porque la familia pone empeño en que estas fiestas deben ser de tiros largos, y cada Navidad me digo que no necesito adornos, ni motivos para querer, que sin árbol, ni Belén, ni reyes magos los quiero igualmente, sobre todo porque tuvimos que aprender a querernos, algo que debimos aprender mucho antes que adorar la navidad y su brillo de lentejuela.
Y cuando ya has asumido de forma adulta todas estas fiestas, resulta que ser madre te convierte en transmisora de valores, en una pieza de este puzle social que nos muestra a cada paso el caminito que debemos de tomar, y entonces respiro profundamente y saco de mi manga la tolerancia, porque Navidad es una buena ocasión para reunirnos, pero esta vez como otras muchas sin obligación, tan sólo la necesidad de vernos y de abrazarnos, y de contarnos como nos va la vida.
Con ese espíritu me adentro cada año por estas fechas, compartiendo mi Solsticio de invierno con la Navidad familiar.
Pero a pesar de todo, mis mejores deseos para todos/as, y que las ilusiones como mínimo duren todo el nuevo año que comienza.