viernes, 25 de febrero de 2011

Cuento con cuento

Hay días que me gustaría cambiar el mundo, incluso hoy que el sol se cuela en el aula y la luz anuncia primavera. Fue en ese instante que al acabar de contarles el cuento de Pinocho, Paula fue a la estantería y cogió al Pinocho de madera y comenzó a tocarle la nariz. Me acerqué a preguntarle si le había gustado el cuento y me contestó que no. ¿No? No, siempre nos dicen que si mentimos nos crecerá la nariz, pero los mayores nos mienten y a ninguno todavía le ha crecido. La niña seguía sujetando el muñeco entre sus manos y al mirarla noté esa mirada cristalina y brillante que me hizo dudar un minuto. Luego Paula me narró un cuento que le contó su abuelo y que un grupo de niños escuchó.

“Amalita caminaba con su madre y al pasar por una floristería vio que anunciaban flores de todo tipo: plantas llamadas del ‘dinero’, flores del amor, pensamientos, rosas y, le dijo a su madre que quería preguntarle a la florista por una flor. La mamá de Amalita abrió la puerta de la floristería y la dejó pasar. Al entrar, le preguntó a la dependienta:

-Por favor, tiene usted la Flor de la Verdad.

La florista al escucharla sonrió.

-Pues esa flor sólo se puede vender en semillas porque depende mucho de cómo se la cuide. Espera , por aquí me quedan algunas pero sólo te venderé una. Cuando crezca te pasas por aquí y me cuentas como ha salido ¿vale? - Le dijo mientras miraba a su mamá.

Amalita iba muy contenta con la semilla cerrada en su mano. Al llegar a su casa buscaron una maceta y la plantaron. La niña la regaba cada día y esperaba que creciera.

Y la planta un día floreció con muchas espinas, así que al querer tocarla salía herida.

Amalita cogió la maceta y fue a la floristería. Buscó a la dependienta que le vendió la semilla y le mostró la flor.

-¿A qué es una flor rara?- le preguntó. Ahora ya sabes que la Flor de la Verdad tiene espinas.”

Miré a Paula, ya había abandonado el muñeco en la estantería y antes de ir a jugar con sus compañeras me dijo que su abuelo le había dado un consejo.

- A pesar de las espinas, la verdad hay que cogerla con ambas manos.

Vi sus ojos brillantes antes de darme la espalda

El sol entraba a borbotones en la clase y entonces quise cambiar el mundo pero sólo abrí la ventana para que entrara el aire.


viernes, 18 de febrero de 2011

Extraña.



Extraña me deja el periodo de exámenes. Según Paulo Freire el acto de estudiar es una relación dialógica con la materia de estudio, es decir, se produce un diálogo interior entre las diferentes asignaturas y el o la estudiante. Freire no sabe que a esta edad, la mía, el acto de estudiar conlleva toda clase de interferencias: la familia, los vecinos, el colegio y otras muchas causas que hacen que el estudio sea una odisea, una carrera de fondo con piedras en los bolsillos. A mi edad, la capacidad memorística comienza a saturarse, de vez en cuanto patina y echa balones fuera para liberar espacio en el disco duro, vamos, algo parecido a olvidar las cosas, así entre la orientación personal y sus conceptos se me cuela la lista de la compra, o la niña que me persigue por toda la casa recitándome el papel que le han dado en clase para hacer un teatro en el día de Andalucía. O en la semana anterior a los otros exámenes la gripe me hace compañía entre página y página, y mucho antes de todo esto, también me echan de la biblioteca porque está llena de chicos y chicas en la edad en la que se debe estudiar, no como yo, que según me dijo el guardia jurado en la zona de lectura de prensa no se podía estudiar, a pesar de que apenas habían sólo unas cuantas personas y las mesas vacías. Cómo le digo a este hombre que lleva uniforme que yo necesito alejarme de mi casa, incluso me dejo el móvil en casa para que una prima lejana no me incordie llamándome tres veces al día para que yo le resuelva la vida. Sí, hace tres días me decía que iba a abandonar a sus hijos y que vendría a darme una sorpresa, desde entonces he desconectado el teléfono y no es broma, está así desde el verano y me exige atención, tiempo, afecto, cariño, compresión y ya se me agotan los recursos.

Mientras repaso en el chat con el profesor de Comunicación Educativa la materia de su asignatura, leer cuatro libros, diez artículos seleccionados por los/as estudiantes, además no sé cuantas páginas del foro, el tema se desvía y el profesor dice que vivimos una crisis de capitalismo, mire usted, no estoy de acuerdo, nunca ha tenido más éxito el capitalismo que ahora, ahora que los derechos sociales se pierden como se va perdiendo la dignidad a medida que el trabajo nos da portazo y los sindicatos nos vende como Judas y le hacen los deberes al gobierno para que cuando venga Angela Merkel le dé una palmadita en la espalda al alumno más aplicado de Europa.

A ratos intento comprender los recortes del ‘pensionazo’ y me debato con la Psicología Social y de las Organizaciones y vuelvo a recordar los años que tengo, entonces comienzo a recordar todo lo que he trabajado con nómina y sin nómina, con sueldo y con trabajo voluntario. Nadie cotizó por mi cuando a los catorce años trabajé por periodos extraescolares en aquella fábrica de Conservas y nos encerraron una mañana a todas las niñas que no alcanzábamos la edad para trabajar en unos viejos servicios abandonados porque se presentó un inspector de trabajo. No podré cotizar los años que cuidé a mis hermanos, ni los años que trabajé de empleada de hogar, ni el trabajo voluntario que hago cada día. En todo caso en mi vida laboral se contabiliza trabajo en el campo y trabajo en el régimen general. Tengo un libro entre las manos y pienso que debo aprobar este examen y todos los demás porque tengo que demostrarle a la vida cuánto se ha equivocado y, en ese diálogo con las materias me pregunto: ¿para qué? ¿Para qué todo este esfuerzo? En el periódico de ayer se podía leer la noticia sobre los recortes en Educación y el profesorado.

Y me veo a mi misma como el personaje de una película con panorámica circular y todo gira a mi alrededor, aún no consigo el primer plano, pero no hace falta. Voy a pensar.




Debo estar extraña, porque no estoy de acuerdo con este cuento.

domingo, 13 de febrero de 2011

Marinero en tierra (Rescatado)

Antes de tener este blog yo participaba en la sección de literatura en el foro de 'Diario Sur' de Málaga, mi nick era el de 'aurora boreal'. Hoy recordaba este texto que lo perdí en mi ordenador y lo he rescatado del foro, entre otras cosas porque pertenece a mis recuerdos. Algunos de mis seguidores silenciosos que me leen son amigos y amigas de este foro y desde aquí les envío un cariñoso saludo.

Como todavía no he acabado con los examenes, además la semana que viene tengo dos, y ando escasa de tiempo prometo que cuando acabe visitaré vuestros blogs.




Marinero en tierra.

Notapor aurora boreal el 17 Junio 2009, 22:48

Dejó de llover. La visita que teníamos pendiente de hacer mis amigas y sus respectivas parejas no se posponía, de lo cual me alegré. Había terminado el libro ‘Juan Salvador Gaviota’ que una de ellas me prestó y que me recomendó casi como una terapia. Deseaba entonces tomar carrerilla y volar, no importaba dónde. Mientras esperaba que llegaran a recogerme, me sentí como una convidada de piedra, pero enseguida recordé la insistencia de Ángela de que fuera con ellos. Todos andaban alrededor de los treinta, menos yo, que comenzaba mi década de los veinte. Aquello iba a ser una visita solidaria a un hombre que vivía en un pequeño cortijo en medio del campo, lejos del mundanal ruido.
Al bajar las ventanillas del coche, el olor de la lluvia nos endulzó el viaje. El marido de Ángela nos contó cómo conoció al misántropo un día que hacía senderismo y quedándose sin agua en la botella vio a aquel hombre sentado en el escalón de la casucha y le pidió que la rellenara para acabar su camino, luego entabló conversación con él y descubrió que llevaba algo más de seis meses instalado allí.
Lourdes, la hermana de Ángela sostenía una bandeja de pasteles y su marido llevaba un termo, ambos me acompañaban en el asiento de atrás, Miguel conducía. Poco antes de llegar a nuestro destino mi amiga exclamó que la tarde iba a quedar preciosa porque estaba saliendo el sol y las gotitas pegadas al automóvil comenzaron a brillar.
Miguel llamó a la puerta golpeándola con sus nudillos. Como tardaba en abrir, sopesamos la idea de marcharnos, pero oímos los cerrojos detrás de la portezuela, y seguidamente asomó la cabeza despeinada de aquel hombre de unos cuarenta años, con una barba poblada y una expresión de sorprendido. Olvidó nuestra visita, o pensó que el ofrecimiento de abrir su casa para nosotros se tomaría como pura urbanidad, la cual se hallaba allí, frente a su humilde hogar. Nos abrió la puerta. Yo seguía pensando que no deberíamos de usurpar su intimidad con nuestra presencia, pero fue cuando le vi sonreír que me adentré confiada en aquella sala donde se podía ver todas sus pertenencias de una sola mirada.
Entre el café, los pasteles y la charla descubrimos que el hombre se llamaba Pedro, que nació en Galicia, que fue pescador toda su vida, y que conocía todos los puertos de España, y que necesitaba estar alejado de su ciudad. Nadie se atrevió a preguntarle por esa terrible decisión, excepto yo; deseaba saber por qué un marinero había anclado en aquel lugar. Después de mirarme con cierta dulzura confesó que todo lo hacía por una mujer, para olvidar a una mujer.
Fue al entornar sus ojos hacia la taza de café con leche, que toda su presencia se mostró ante mí de color marrón, no sé si sería por sus ojos, o por su pelo castaño desaliñado caído sobre los hombros, o por su barba, o su piel tostada, pero, todo a su alrededor desprendía matices del mismo color, e incluso en su interior podía ver el color de la tierra como un aura. Sólo yo lo percibí, tal vez, porque mis colores andaban revueltos de aquel color negro que de improviso pintó mi casa, y se acabó mezclando con el resto de colores, fusionándose sin definir ningún color, o reconocí esa tonalidad porque dentro de mí también se hallaba ese color marrón que nadie podía describir.
Ángela divisó la guitarra de Pedro que colgaba en una de las paredes, y Miguel solicitó al anfitrión el poder tocarla un ratito, a lo que accedió ofreciendo esa sonrisa afable que acomoda de forma natural. Y estuvimos cantando; unas veces a coro, otras veces en solitario, otras veces Pedro entonaba nostalgia de su tierra y cantaba en gallego. Y cuando sonó la voz de Miguel cantando:
“…se equivocó la paloma, se equivocaba, por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era agua, se equivocaba…”
Quedé en silencio y pensé que aquel hombre también se equivocaba; abandonó el norte por el sur, el mar por la tierra, la compañía por la soledad, las gaviotas por los pájaros del campo, las olas por los árboles, y sin embargo, allí estaba varado igual que un barco sobre un iceberg diciendo que nunca estuvo mejor.
Pedro dijo que salía fuera a fumar un cigarrillo. Al abrir la puerta la casa se impregnó del olor a tierra mojada y a manzanilla silvestre, un delicioso perfume que me invitó a salir para llenarme de ese aire puro que la naturaleza nos brindaba. Todavía dentro de la casucha se oía la música de la guitarra y las voces de mis amigas, y las risas cómplices como sonido de fondo para aquel sol que comenzaba a esconderse.
¿No echas de menos el sonido del mar? ¿El olor? Le pregunté, mientras encendía su cigarrillo rubio. La urgencia de fumar le impidió contestarme con rapidez, miró al horizonte intentando buscar una respuesta, cuando me respondió con otra pregunta: ¿echas de menos el mar ahora? Le contesté que no. Al rato dijo que cuando necesitaba el mar, simplemente bajaba caminando. Y volví a verle envuelto en ese color marrón, integrado en el resto del paisaje, como el capitán que se asoma a su proa.
Aquel día aprendí que después de una tormenta de verano, la lluvia es capaz de transformar los colores, que después de la lluvia, todo parece más limpio. Aprendí que cada persona fuera como fuera podía enseñarme algo, aprendí que podría asumir cualquier derrota aferrándome a la tierra.
Nunca más volví a ver al pescador, pero aún recuerdo las pocas cosas que compartimos; un café, unos pasteles, unas canciones, unas risas, una puesta de sol, y sobre todo un color y un paisaje. Ahora pienso que tal vez la paloma no se equivocó.

viernes, 4 de febrero de 2011

Un toque de Canela



Aprovechando que ya acaba esta gripe que me ha querido como nadie en esta semana, que me ha hecho temblar de fiebre, que ha apartado mi nariz del resto de mi cara para abrocharla a un ingente número de paquetes de pañuelos, y aprovechando que casi recupero mi pituitaria voy a dar rienda suelta a la proposición de Maria Jesús Paradela y hacer una entrada olorosa.

Este relato lo escribí para mi hermana hace ya algunos años, el original tiene 10 folios así que he cogido el principio y el final, he retocado un poquito y voilá...


UN TOQUE DE CANELA

Todos sus recuerdos despedían algún aroma; como si el hecho de evocarla me introdujera en una tienda de especias. Algunos no podían desprenderse de ese aroma húmedo de bodega. Y es que mucha de su historia ha tenido un largo proceso de elaboración: había que guardarla en grandes toneles de madera para que pudiesen acaparar toda la efervescencia de sus jóvenes años.

No había nacido aún y ocurrió algo que nunca tuve ocasión de contarle, quizá porque la anécdota no merecía atención o porque nunca fue el momento apropiado. Pero ahora llega a mi memoria con toda nitidez. Una mañana que mamá embarazada de ella desayunaba frente a un vaso de leche acudió a la puerta una gitana que portaba una gran cesta con atieso de hinojo, tomillo, romero y canela. La mujer hablaba atropelladamente mientras se columpiaba en unos grandes zarcillos. Tratando de vender algo, la gitana sacó una ramita de canela y la pasó por las fosas nasales de mamá.

- Huela, huela señora. Es un olor rico, un aroma de dioses.

Mamá toda hinchada asentía con la cabeza y para abreviar le pagó un manojillo de canela y se despidió de la gitana. La mujer contó las monedas, después abrió mucho sus ojos y llamó la atención de mamá que se disponía a cerrar la puerta.

-¿ Le gustaría saber si trae niño o niña? –le atajó sin preámbulos.

Mamá algo aturdida consiguió sonreír y contestó afirmativamente.

- Los gitanos tenemos mucha mano con esto. Usted haga lo que yo le diga: coja una moneda pásela por la barriga haciendo círculos- uy señora, usted ya mismo pare- eso es, en círculos y después láncela al aire. La cara es un niño. Si cae cruz es una niña.

Ella obedecía siguiendo el rito de la gitana, luego lanzó la moneda que al impactar contra el suelo cayó de canto.

- ¡Increíble! - exclamó moviendo los pendientes de un lado a otro- Nunca había pasado una cosa así.- La mujer se agachó viendo las dificultades de mamá, recogió la moneda y le invitó a que repitiera la operación.

- La moneda ha caído de cruz. ¿Ha visto? Usted va a tener una niña.- así mismo se agachó a coger la moneda- Créame Señora que se lo digo yo.- dijo despidiéndose la gitana.

Mamá vio como se guardaba la moneda y se marchaba, después cerró la puerta y todavía sonreía hasta llegar a mi lado. Yo saqué una ramita de canela y aspiré profundamente el perfume que presagiaba la llegada de mi hermana a este mundo.


Y aprovecho también para recomendar deliciosa pelicula con el mismo nombre: