El despertador sonó marcando su rutina a las 5.30 de la mañana. Después de 25 años la relación con el tiempo se hacía cada vez más densa, y apuntaba como todas las relaciones, al cansancio y al hastío. Se sentó en el borde de la cama y miró aquel diminuto objeto de la mesita que lo sacaba todas las mañana de la cama, con la poca luz que entraba por su ventana observó a su mujer abrazada a la almohada. En la oscuridad buscó sus zapatillas y se incorporó acompañado del sueño que aún tenía entre los ojos y caminó hacia la ducha para despejarse. Con sólo pensar en la empresa el café recién hecho se le ahogaba en la garganta. Nada iba bien. Había que vender a toda costa, pero la venta se desplomó rompiendo todas las estadísticas, y apareciendo los daños colaterales: los despidos.
La noche se agotaba en su reloj y de camino a la furgoneta pensó que pronto saldría el sol. En la calle respiró el olor dulzón que despedía la fábrica de galletas pellizcándole el estómago. Al abrir la puerta de la furgoneta para entrar en ella, ésta quedó tan descolgada que la tuvo que sujetar con ambas manos y cerrarla tras de sí. Antes de arrancar se quedó unos segundos asimilando la frialdad del interior.
El verano había sido como un desierto, mucha calor y pocos habitantes en la ciudad, poca venta, poco dinero, pocos recursos, muchos gastos muchas facturas y una gran avería. Los bolsillos vacios, rotos o remendados y cada día comenzar de nuevo. Ahora se culpaba a los productos de pastelería y bollería de la obesidad infantil y por tanto la publicidad visitaría guarderías, colegios e institutos. Contra eso nada se podía hacer.
Arrancó , se incorporó a la carretera y a su camino de autónomo hasta la empresa, allí como cada día cargaría su furgón y visitaría a sus clientes; personas que al frente de un negocio manifestaban su inquietud ante el futuro incierto que les deparaba el comercio en semejantes circunstancias de crisis. En otros establecimientos aguardaban otros comerciales en la zona de carga y descarga, así que avanzó un poco más y estacionó su vehículo invadiendo la acera por unos minutos. Desde hacía unos meses odiaba su trabajo, las calles estrechas, las obras en la ciudad, el tráfico, las distancias… Y mañana huelga general, un día sin trabajo.
Sonó el teléfono móvil. Su madre le contó que su hermano se mudaría con toda la familia ya que no podía hacer frente al alquiler de su vivienda y estaban acondicionando la casa para ellos. Le pedía que el día de la huelga se acercara a echarles una mano. Colgó y caminó cabizbajo hasta la furgoneta. Al subir observó un papel sobre el parabrisas. Descubrió que era una multa por mal estacionamiento. Con el teléfono todavía en la mano llamó a su mujer buscando algún refugio, algo verdadero a lo que sujetarse.
-Te han multado por ‘pobre’, míralo como una metáfora. Esta crisis por sí sola es una gran multa para todos los pobres, por estar mal estacionados o mal ubicados o somos muchos.-la oyó resoplar- Y mañana vas de huelga… - le dijo su mujer antes de colgar.
(Las fotos son sacadas de google)