Foto: E. Fernández
Aquella noche el agua les arropaba mientras desnudos jugaban a domar las olas, la sal de los besos se mezcló con la espuma, el rumor del mar acompasaban sus
gemidos.
Los cuerpos se fundieron con el ritmo de las olas, que
empujaban una y otra vez en la arena
hasta recoger estrellas en el agua y
empaparse de la luz pletórica que ofrecía la luna desde el cielo. Así se amaban dos cuerpos embrujados que al despuntar el
día uno de ellos se convertía en árbol
para dejarse acariciar por las olas.
Cuentan que el
árbol nació alimentado por la brisa y
que las raíces se abrieron camino a través de la arena para llegar a la orilla y estar
juntos siempre. Cuentan que una mujer
misteriosa paseo por la playa y al verlos les concedió
la virtud de ser humanos cada noche.