
 
Al igual que una isla, mi vida se
encuentra rodeada de márgenes, de montañas y ríos, de llanuras y piedras,
de  barrancos y vegetaciones, de caminos
y  precipicios, de cielos y  de nubes.  
Tan imperfecta como la humanidad misma que nos abriga o desabriga. Pobre
humanidad la nuestra que alberga  todos
los errores que la historia nos  muestra
en sus heridas; guerras, violencia, hambre, corrupción, egoísmo, intolerancia,
injusticias, racismos, esclavitud, prostitución, desarraigo,  fronteras, 
desigualdad, tortura, asesinatos y todo aderezado con miedo, envidia,
celos y odio.   Dice la leyenda que la
culpa de todos estos males que arrastramos como una cicatriz  se debe a 
Pandora que, se atrevió a desafiar a los dioses y abrió la  caja de los truenos.  Pero los dioses también  utilizaban sus cruzadas, las de ayer, las de
hoy, y las de mañana  para alzar sus
muros  de ladrillo y de palabras entre
los humanos. Así, cuando nos detenemos un poco, podemos ver todas las grietas
que existen en la sociedad,  que nos
aleja unos a otros, que nos separa  cada
día un poco más  de la realidad
circundante  y tratamos de unirlo con el
bálsamo  de la fe o de la esperanza, o de
algo parecido al amor que levante pilares y sostenga esta vida.  Miro en derredor  y tenemos el mundo que hemos creado, cada
cual en el espacio que tenemos, con los valores que colgamos de la percha y los
que enseñamos a las visitas como jarrones chinos.  Todo cabe en mi botella, las fatalidades
sociales y todas las dolencias íntimas, todas cerradas con un tapón hermético y
lanzadas al mar para que el dios Neptuno se apiade de nosotras y de nosotros.