Fotografia: E.Fernández
TARJETA ROJA
Miró sus palmas abiertas
como viejas amigas que habían vivido para contar su propia historia.
Y al mirarlas otra vez pensó que todo en ellas era pasado y bajó
la mirada con resignación. Debía salir hacia la oficina de empleo
y se asomó a la ventana. Llovía. Llovía tanto que se mojó la
cara y el pelo y sonrió. Buscó un paraguas y sólo encontró el de
su hijo con motivos infantiles. No se sorprendió al ver sus enormes
dedos sujetos al puño y parte de la pestaña de la sombrilla y
sintió que tenía un juguete entre sus manos. Observó a muchas
personas sin resguardo de la lluvia que corrían empapadas buscando
algún refugio por un rato. Una mujer le regaló una sonrisa y la
guardo en el bolsillo de su jersey que sintió tibia en su pecho y
atemperó el trayecto que todavía le quedaba. Advirtió la humedad
sobre su cuerpo por el agua que salpicaba desde las varillas hasta su
ropa y recordó en ese momento que pronto acabaría el subsidio
familiar. Y notó un escalofrío en su espalda que se le quedó
como una culpa en la conciencia. Oyó la algarabía de unos niños
jugando al fútbol en una plazoleta, a ellos no les importaba
mojarse. Fuera de juego, gritaban unos contra otros. Un chico
visiblemente enfadado le dio una patada a la pelota que le alcanzó
el hombro dejando una enorme huella de barro sobre su indumentaria.
Un tanto molesto intentó limpiarse la mancha con la mano que le
quedaba libre y así llegar presentable a su destino, después al
agacharse para recoger el balón percibió su extremidad superior
como una garra que sujetaba aquella bola de goma que botaba sin
control. Dudó en devolverla a aquellos mocosos, pero se apiadó de
ellos porque recordó a su hijo y continuó su rumbo.
Cuando llegó a la oficina
se colocó en larga cola de setas con hombres y mujeres, todos
igual de encogidos y mojados que él, todos del mismo color gris que
las nubes. Se adentró en la sala esquivando los pequeños charcos
que había en el suelo y se sentó a esperar. Al escuchar su nombre
avanzó unos pasos entre la gente hasta llegar a la mesa indicada.
La funcionaria observó sus ropas y sin darle importancia le
invitó a sentarse. Después de solicitar un empleo como tanta
veces, acabó por pedir una nueva prórroga de ayuda a la familia,
que también le fue negada. Cabizbajo y triste se levantó de la
silla y se dirigió a la funcionaria:
1 de Octubre de 2012
11 comentarios:
Seria precioso, si solo fuera un relato. Pero por desgracia esta tarjeta roja la ven muchas personas, cada día en su oficina del Paro.(que no de empleo).
Y lo mismo da si llueve, si los niños juegan o si se ensucian.
El funcionario, otrora antipático y distante, los ve alejarse con una gran tristeza en sus ojos.
Buena composición. Muy bien escrita.
Cada día hay más gente en fuera de juego en este país.
¡Qué pena que esto que relatas fenomenal no sea sólo ficción!
Bicos
¡Cuántos casos como ese! Una tristeza diaria, qué pena me da esta gente.
Un abrazo
Y rabia, porque no ha sido su culpa.
Un relato muy bueno y por desgracia muy real.
Un beso.
Ostras, es muy bueno... Me gusta porque trasciende el caso concreto y mira alrededor, como en un fresco. Trasciende el yo y va al nosotros.
Y el detalle nada casual de perder el paraguas... Está sinceramente muy bien.
Demasiadas personas en la cola de la oficina de empleo, demasiadas.
Un abrazo, suave brisa.
Una vida triste la de este pobre hombre. No le importó a esa mujer nada lo que pasaba por la cabeza del hombre, cumplía con su función y no pensaba en nada más.
Una pena
Un beso
Ellos nos han situado en esta posición antirreglamentaria, creando un espacio donde desentenderse de todos los problemas porque también según ellos: tienen que animarnos a buscar empleo, puesto que nos acodamos a ser unos parásitos de 400 euros... increíble!
Tu texto realista y hermoso, siempre.
Un abrazo Encarni
Es tremenda la situación de tantas y tantas personas que son literalmente excluidas por un SISTEMA injusto, arbitrario, carente de lógica, ética y estética.
Besos.
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