miércoles, 23 de junio de 2010

Hechizo



Esta noche dicen que es la noche mágica, por eso en vez de quemar cosas propongo un hechizo contra la adversidad laboral (muy necesario hoy día). La receta está sacada de un libro que se titula 'Hechicería Práctica', que me regaló mi hermana el día de mi cumpleaños y hasta ahora no creía que sería necesario. No penséis que estoy haciendo méritos para bruja, aunque mi hermana cree que ya lo soy, pero que me falta la parte práctica y por eso lo del libro. En fin, ella sabrá.

Aquí os pego la receta del hechizo:

Hechizo con muñeco para romper la adversidad laboral


Para romper la adversidad y paliar los contratiempos, deberemos realizar el siguiente hechizo:

Materiales:

• Cuatro o cinco pastillas de plastilina de color rosado
• Una cucharada de perejil fresco machacado
• Cinco monedas doradas
• Una vela de miel
• Un cuchillo de punta afiliada
• Una vela blanca

Preparación:

Tomaremos la plastilina y la mezclaremos con perejil hasta formar una masa homogénea. Acto seguido, empezaremos a moldear la pasta hasta formar la figura de un hombre de cuerpo entero. En caso de que la ejecutora del hechizo sea una dama, le daremos a la plastilina forma femenina. Procuraremos vernos representados en la figura, es decir, intentaremos reproducir las características físicas de nuestra figura. Después introduciremos en el interior del muñeco cinco monedas doradas: la primera en el interior de la cabeza, la segunda en el centro del pecho, la tercera centrada en el vientre, y la cuarta y la quinta en cada uno de los pies. Ultimaremos el muñeco, ocultando las monedas con el resto de la plastilina.
Prenderemos la vela, dejaremos que las lágrimas de cera vayan depositándose por la superficie del muñeco como si de piel se tratara. Una vez seco, con la punta del cuchillo dibujaremos cinco cruces en el mismo lugar que están ocultas las monedas.
La figura representativa deberá permanecer durante el día oculto de las miradas de los demás, en un lugar de respeto de nuestra casa es decir, no la deberemos poner en un cajón mezclada con otras cosas.
Cada noche la tomaremos entre nuestras manos, la acariciaremos e iluminaremos su camino que será nuestro, prendiendo durante unos minutos una pequeña vela blanca.





lunes, 14 de junio de 2010

Reencontrándome en la Escuela




Después de terminar mis prácticas, y mis exámenes he llegado a la conclusión de estar buscándome en la infancia. El centro de mis prácticas era similar a un colegio en el cual estuve cursando 6º de EGB y del que provino mi fracaso escolar; fui repetidora de séptimo y me daba igual seguir estudiando. Esto se llama ‘indefensión aprendida’. Un incidente provocó, o mejor dicho agravó mi situación escolar. El profesor de ciencias sociales puso unos deberes en la clase, consistían en dibujar el mapa de un país, y debíamos colocarle los habitantes, el clima, las mesetas o montañas, etc., algo que por otra parte olvidé, así que con premura me dispuse a hacerlo en la hora del recreo. Ya en clase, el maestro revisaba puntualmente el trabajo de los alumnos que él nombraba, yo rezaba para que no me tocara a mí, pero debió de notar algo en mi cara que me llamó. Me acerqué a la mesa con mi libreta de anillas y le enseñé mi trabajo. Le echó una mirada de reojo, abrió las anillas y sacó todas las hojas de mi bloc que tiró con desprecio en dirección a los alumnos y añadiendo: ‘el trabajo es una mierda, anda vete a tu sitio, pero antes recoge tus papeles’. Así que me agaché para recoger una a una las hojas, algunos compañeros me pisaban los papeles adrede, con mi consiguiente enfado, seguido del enfado del profesor ante mi tardanza. Desde ese día decidí que no quería estudiar en aquel colegio. Recuerdo toda la agresividad que se respiraba, en los niños, en las niñas, en los profesores y profesoras, entre los padres y madres; todo lo que pasaba allí era conflicto, y la forma de resolver el conflicto siempre era la violencia verbal o física.

Acabé octavo de EGB, porque yo pedí a gritos que me cambiaran de centro. El director llamó a mis padres y a mí a su despacho, para tratar mi situación. El director no comprendía cómo hasta quinto había tenido muy buenas notas y al llegar a su colegio descendieron estrepitosamente. Me miró directamente a los ojos y me preguntó: qué hacemos contigo criatura. Y yo le contesté que me sacaran del centro, que no quería seguir allí ni un minuto más. Por fortuna acabé mi graduado con la intención de no estudiar más. Me conformaba con llevar a mis hermanos pequeños al colegio. Una mañana me vio el que fue mi profesor de Lengua, se me acercó a interrogarme sobre mi futuro. Le dije que no pensaba estudiar nada más. Y él me escuchó con esa paciencia de la que era bastante conocido y me dedicó un poco de su tiempo.

- ¿Ahora te dedicarás a bordar tu ajuar a punto de cruz?- me preguntó mientras pensaba, en que mis abuelas querían hacer de mi una mujer primorosa.- Te dedicarás a buscar novio, y dentro de unos años cuidarás de tus hijos, y ahí se acabará tu vida.

La verdad es que me asustó aquella sentencia, vi el futuro tan negro que al llegar a mi casa, le dije a mi madre que seguiría estudiando en un centro de formación profesional.

Sólo pude estar dos años, pero fueron imprescindibles en mi crecimiento personal. Allí descubrí habilidades que creía desconocidas, tales como escribir una pequeña obra de teatro y representarla con algunos compañeros y compañeras, elaborar una revista literaria, hacer playback, etc. Allí también descubrí la amistad, he de reconocer que mis dos grandes amigos de aquella época son homosexuales, pero entonces no lo sabía, creo que ellos tampoco. En fin, aquellos fueron mis maravillosos años en los que yo me hacía mayor, tanto que cuando mi padre se quedó en paro, un día le dije que buscaría empleo. Ese día mi padre me acompañó y encontramos trabajo los dos. A pesar de mi decisión, nunca olvidé que había dejado mi futuro atrás, que no podía estudiar y que más tarde supuso la total imposibilidad.

Y al entrar en el centro de mis prácticas, me reconocí en aquella niña de secundaria que deseaba marcharse, en aquel niño asustado y tímido que su padre le enseñaba con unos conocidos métodos educativos, en aquella niña nerviosa que tropezaba torpemente y que siempre caminaba subida en una nube. Y volví a mi infancia, aquella que me dejaba soñar, deseosa de proteger a esos niños y niñas que me recordaban lo que yo también fui un día.

martes, 8 de junio de 2010

Haciendo mantequilla




Hace un par de años leí un cuento de Jorge Bucay, el cual contaba como dos ratones caían en una jarra de leche. Ambos ratones comenzaron a nadar intentando flotar, pero al rato uno de ellos perdió la esperanza de salir y dejó de nadar, así que se ahogó. El otro siguió nadando, nadando hasta la extenuación y pudo ver como la leche se convertía en mantequilla y así salió de la jarra.


Llamó mi atención la moraleja que intentaba trasmitir; la del esfuerzo y el valor de la esperanza. Sinceramente después de pararme y pensar un poco, me siento como uno de esos ratones que están constantemente nadando para no ahogarse, pero que a pesar de ello la leche todavía no se ha convertido en mantequilla e ignoro si algún día lo hará, pero tal vez se deba a que la leche sea desnatada y deba permanecer dentro de la jarra por mucho tiempo.

Y todo esto lo pienso cada vez que tengo que coger los libros para estudiar. Con el panorama tal y como está en el mundo y en España en particular, se me antoja todo una enorme jarra de leche, y si le pongo cierta distancia a la cosa, me parece todo un pan súper inflado de levadura, es decir, muchos agujeros y poca chicha para comer. Pero la culpa de los agujeros no las tienen los ratones, para nada, ellos están en el cuento de Bucay intentando flotar o dejándose morir.

Yo siempre quise ser Escarlata O´hara en aquella escena emblemática, ‘a Dios pongo por testigo que no lograran aplastarme, viviré por encima de todo esto…’



Bueno, eso fue antes de sentirme un pequeño ratón en una jarra y no un ratón de biblioteca, porque por mucho que lo intente, acabo en la mayoría de las veces como una radio mal sintonizada con miles de interferencias. Claro que ser mujer, madre, presidenta del Ampa, presidenta de la comunidad de vecinos y estudiante da para muchas interferencias, pero cabe la posibilidad de que después de esto descubra que entré por accidente en una jarra de vino y me quiera ir de juerga.


(Aún me queda un examen, después iré envasando la mantequilla, hasta entonces, un abrazo.)