Estaba ya acomodada en mi asiento cuando apareció aquella señora de mediana edad, con el pelo desaliñado, gris, y la mirada limpia. Me pareció que estaba perdida, pero no en el autobús si no en la vida. Al pasar por mi lado me preguntó cuál era mi destino mientras se sentaba al otro lado del pasillo. Enseguida descubrimos que pasaríamos varias horas juntas, en ese instante supe que me lo contaría. No tardó en presentarme a la persona más importante de su vida que la dejó en el camino, sin remedio, un pintor bohemio que compartió su vida hasta que enfermó y la dejó en el andén. Era una persona muy especial, me repetía, desde entonces nadie dibujó una sonrisa en su cara. Después de 20 años, compartir la vida suponía entregarla sin reservas, y ella la entregó quedándose con lo justo para ir cada día a su puesto de trabajo hasta el día de hoy.
Tenía miedo de las distancias, de la oscuridad, y de algo que nunca dijo pero que estaba presente en toda su charla. No tuvo hijos y los echaba de menos –pude ser una buena madre- afirmó, a la vez que perdía la mirada por la ventanilla. Aquella mujer abrió su historia como si fuese su casa, me había abierto la puerta de entrada y me había dejado pasar hasta su salita, nos faltaba un café y tal vez un álbum de fotos, pero no hizo falta, su mirada triste y limpia me describió la ausencia mejor que cualquier fotografía, estaba allí sujetando su vacío, conectándose con sus palabras a mi silencio. No es la primera vez que alguien me muestra su alma en tan breve espacio de tiempo, esto hace que la sienta como si la conociera de siempre, y es la primera vez que hablo con ella. La soledad hace unas extrañas heridas en la gente, yo puedo verlas a través de todo lo que me cuenta, y me siento triste. Es imposible no sentir afecto en ese instante, cuando habla de su cariño, el que todavía le queda para repartir con su madre, hermano y sobrinas. La veo sonreír cuando me las describe, y me cuenta todas sus travesuras con la sencillez de una madre.
No quiere viajar, cada vez le cuesta más - me justifica- se siente cansada y abatida. Le desconcierta la crisis, hasta parece asustada, muchos compañeros y compañeras han perdido su empleo, (pienso que el miedo que ella tiene va más allá de no tener trabajo) noto que su trabajo de enfermera le sujeta a su mundo cotidiano, se ha acostumbrado a ver la enfermedad, a ver a los enfermos, y a sus familiares; ella sabe cómo se sienten y trata de apoyarlos en todo, eso la mantiene viva, creo que sin eso sería un barco a la deriva.
La noche está por todas partes y puedo sentir el miedo de aquella mujer a la oscuridad, se agita en su asiento y dice que es la última vez que viajara de noche. Tanto es así que no puedo desprenderme de esta extraña zozobra en mi pecho, lo peor es que mi billete llega a su fin y no podré ayudarla, tal vez por eso me ha contado su historia, para que me acompañe. Bajo del autobús deseando que aquella mujer encuentre todo lo que ha perdido en este viaje, al fin y al cabo éste es sólo un trayecto, un tramo del viaje, todavía le queda camino por recorrer, espero que al menos tenga luz en todos los viajes que le queden por hacer.
Escrito por Encarni
2 comentarios:
Excelente prosa.
Que triste tener que bajarte y dejarla de esa forma, lo malo es que no saben o no encuentra esa luz que las guie.
Con cariño
mari
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