domingo, 11 de octubre de 2009

Hora de aprender


La mano sobre el libro descubre las palabras

rodando, una a una hacia la palma. Al mismo

tiempo, el libro asomado en su hoja, adivina

la edad que se escurre entre mis dedos.

Y pudieran ser más de cien, los años

albergados en una pequeña mano de mujer

que inquieta se acerca a la melodía que entona

una frase y toma cuerpo al fundirse en los labios.





Juntaba las letras para formar palabras, algunas de ellas bastante usadas por su edad, que ahora al escribirlas parecían inéditas al trazo de su lápiz. Mercedes siempre envidió a su hermano que tuvo la oportunidad de estudiar, ella se acercaba siempre a los libros y los miraba, le gustaba el tacto y el olor que desprendían las hojas. Pero su padre pensó que las mujeres no necesitaban aprender, que el hogar era su mundo, el único al que podía aspirar. Y mientras se esmeraba en perfeccionar su letra, pensaba cómo su padre siendo una persona bastante solvente, decidió que ella no debía estudiar por ser mujer. Ahora, a los sesenta años con ese sueño que le quedó pendiente, trataba de encontrar todas aquellas palabras que le fueron negadas y que orgullosa las apunta en su cuaderno para no volver a perderlas. El trazo torpe de su caligrafía no le impidió aprender su nombre y a rubricarlo en aquellos documentos en los que se avergonzaba firmar con su dedo índice impregnado de tinta. Aquello le parecía una aventura, desde el camino que dibuja una letra hasta convertirse en una palabra, y la palabra en objeto, y el objeto en compresión; aprender a leer fue como abrir los ojos a pesar de su vista cansada, y que a través de sus gafas aparecía una nueva mirada para todo. Buscó un cuento infantil que le regaló su nieta Carolina por su cumpleaños, la nieta que cumpliría el sueño que ella no pudo, el de estudiar medicina. Y como siempre, al mirar el cuento perdía la mirada y en su recuerdo buscaba los ojos de su nieta, tan brillantes y llenos de vida, que en ellos se reflejaba la esperanza de encontrarse a sí misma en cada frase que pronunciaba. Fue aquella tarde en la que Carolina no acudió a leerle las últimas páginas de ‘Cien años de Soledad’ cuando decidió que ya era hora de aprender, que los libros la esperaban como a la cita que no acudió, y aunque tarde, se sentaría a gastar la paciencia que había guardado para ellos.



Texto: Encarni Fernández Sánchez

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Juntaba las letras para formar palabras... Y tus palabras dan forma a Mercedes, oliendo y acariciando los libros de su hermano, hasta su cita con "Cien años de soledad".

Un saludo, escritora.

Yerno dijo...

La música, la historia, la manera de contar. Se levantan emociones tapadas y entonces sabe uno que hemos venido a sentir.
Chapó.

Brisa de Venus dijo...

Gracias Anónima,gracias por tus palabras, a veces me gustaría darle forma a todo, y consigo que tengan forma aquello que se deja, a veces me vale con intuirlo.

Un saludo.

Yerno, me alegro que te haya gustado la historia, siempre es un reto ponerse en la piel de otros.
Un saludo.